lunes, 26 de abril de 2010

Mientras les dejen, diseñen e imaginen.

Correr nunca se me ha dado bien. Siempre que lo hago el camino se me hace más largo que si lo hiciera caminando. Y es un fastidio. Porque en todos esos vanos intentos incluso he creído que llegaría a algún sitio. A un puerto con barcos. A un paseo de noche con luces tenues color naranja o a la habitación de un hotel con paredes de cristales desde la que se pudiera ver todo. Incluso lo que no se ve.
Pero siempre me rindo. Él es más rápido. El tiempo siempre acaba adelantándome a un ritmo incombatible. Díficil de alcanzar. Como los sueños poderosos de un mendigo. Y yo no digo nada. Tan sólo veo, escucho y callo. Y siento, pero... siento muy lejos de aquí. Tal vez en silencio y sin ganas. Con asco. Con un poco de asco... ¿Qué digo? El corazón late y late y late y late... ¿Y qué? Que late, que late, que late... ¿Y qué pasa? Pues nada. Porque nunca pasa nada. Porque ya no va a pasar nada. Porque es un berrinche. Una carrera perdida que a mi ya no me da pena perder. Porque con el tiempo delante, comiéndome su espalda ancha y eterna, he comprendido que los mejores no son los que llegan los primeros, sino los que simplemente llegan y crecen mientras lo intentan. Los que lloran cuando pierden el equilibrio y los mismos que se levantan y creen que todo es posible, que los sueños del mendigo pueden ser importantes porque son sueños. Y nunca, mientras nos dejen, mientras la vida y el tiempo nos dejen, tenemos que dejar de diseñar e imaginar.
Porque nuestra vida es un sueño. Un sueño diferente. Un sueño que tiene partes que no soñamos, pero que son esenciales para poder desarrollar las que si. Porque tenemos que entenderlo. Porque hoy la noche está oscura, pero no le faltan estrellas. Y es lo único que necesito. Una estrella que me cuide desde arriba o... desde abajo, y que siempre me pueda meter en el bolsillo y sentirla cuando más lo necesite.
Y gracias a Dios, a la suerte o al fracaso, yo creo en esos puntitos luminosos que están muy lejos, pero que en mi día diario, en las noches de a pie, siento conmigo tan cerca. Y gracias al cielo, no necesito que nadie me regale flores porque yo, como decía mi gran J.L Borges he decidido plantar mi propio jardín y decorar mi propia alma. Despacito y sin correr.

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